SENTÍA TERROR A LAS CUCARACHAS: CONTINUACIÓN Y FÍN



 


sentía terror a las cucarachas - CONTINUACIÓN Y FIN.

CASTO SENDRE sentía pánico a la cucarachas, de noche si tenía sed entraba en la cocina de puntillas con un mechero evitando abrir la luz para no encontrárselas. Había leído todo sobre este insecto. Sobrevivirían a una bomba nuclear, como las ratas de las cloacas. Si se encuentran hambrientas pueden llegar a picar a una persona y transmitirle alguna enfermedad grave. Las denominadas africanas son las más peligrosas. Ayer en el salón contiguo a la cocina, donde tenía su mesa de trabajo, vio como una de gran tamaño salía por debajo de su ordenador.  Con un rápido movimiento le puso un vaso encima quedando atrapada a su voluntad. Fue a la cocina para coger una botella de vinagre blanco que, como el laurel,  no  podían soportar su olor.  Levantó el vaso un centímetro y le echo un buen chorro. Gozaba viéndola sufrir patas arriba,  retorciendo desesperada sus patas, sus antenas, sus pequeñas sierras en la boca. Pero seguía viva. Eran muy hábiles haciéndose las muertas,  y en un instante daban una vuelta sobre sí mismas y salían disparadas a esconderse, ya no había forma de encontrarlas. Pero esta vez la tenía en su poder, todavía movía sus patas, para rematarla cogió el insecticida, volvió  a elevar un centímetro el vaso y la roció con aquel veneno, tardó unos treinta segundos en morir.  Sacó el vaso y con una servilleta de papel la tiró al wáter.

Al acostarse se ponía calcetines y guantes empapados de vinagre, al menos dormiré más tranquilo pensaba, no le molestaba el olor del vinagre, al contrario le producía una dulce somnolencia, como si fuera éter. Pero al despertar seguía sintiéndose muy angustiado. Le veía a su memoria aquella escena de un nativo muy gordo y sudoroso, que se quedó dormido haciendo guardia siendo devorado por aquellas horribles hormigas asesinas. El primer  plano del nativo sin ojos, no lo olvidaría nunca de la película “Cuando ruje la marabunta” (1954), con Charlton Heston y Eleanor Parker de protagonistas.  Intentaba calmarse respirando con el método que le enseñaron en una academia de Yoga, aquella panacea de aspirar desde el estómago aguantando el aire quince segundos y expirar lentamente otros quince segundos. Así expulsaréis los malos pensamientos de vuestro ser,  les decía a sus alumnos aquel mequetrefe.   Los malos pensamientos no cesaban, fluían en su mente como un río contaminado. Le ofrecieron soluciones de empresas antiplagas para aniquilar todas las cucarachas, las rechazó. Es imposible que funcione, son inmortales, deberé convivir con ellas toda mi vida. 

Fue entonces cuando decidió ser su aliado, llegar a domesticarlas. Se hizo construir un ingenioso laberinto de madera que colocó en medio de la cocina, con una pequeña rodancha de beicon en el centro, poco a poco decenas de cucarachas entraban en aquella trampa sin salida, que sólo podía abrirse mediante un mecanismo de madera, y con un silbido abría la compuerta, esperaba unos segundos y las veía como en fila india iban saliendo del laberinto. Se asombraba  de lo listas que eran. En los siguientes días, siempre a la misma hora,  el mismo silbido servía para avisarlas que era la hora de comer. Con el tiempo las hacía formar en formación de a tres, y aquel pequeño ejército ya contaba con más de cien soldados. Pobre de aquel que me haga daño, porque como Moisés,  les enviaré mi  ejército y lo aniquilarán.

Pasaban las semanas sin amenazas en el frente, le daba vueltas y vueltas sobre como reforzar su ejército, y un buen día ¡zas¡ decidió dotarlo con un división aérea. Había leído en la hemeroteca de La Vanguardia que a principios del S. XX existían pequeños circos en plenas Ramblas, con atracciones increíbles, la más popular era la del domador de pulgas, ponía una opera de Puccini o un bals de Wagner y aquellos insectos voladores bailaban al son de la música en perfecto orden. Por internet logró encontrar una tienda de animales "extraños" en el Raval de Barcelona, serpientes, escorpiones, tarántulas, y ¡helas¡ pulgas amaestradas. Una mañana, muy temprano, bajo andando desde su cde aasa en Can Baró, se sentía eufórico. El viejo dueño de la tienda camuflada en un portal de la Calle San Jerónimo, lo recibió con una franca sonrisa, le vendió una docena de pulgas por un precio justo. Sobre todo Sr. Casto no las saque de la caja por nada del mundo hasta llegar a su casa,  las pone en un cuarto cerrado, las alimenta de sangre de pollo, no mucha, con unas gotas basta, lo justo, ¿me comprende no?,  y las deja sin  comer si no le obedecen, ya verá como al verse recompensadas de sangre, poco a poco las logrará instruir, ¿me comprende no?. Y por Dios, discreción absoluta, oficialmente no existo. No le preguntó para que las utilizaría, lo que CASTO agradeció. Salió discretamente de aquel cuartito, más contento que nunca, y con la cajita perfectamente envuelta que guardó en el bolsillo de su gabardina, para celebrarlo decidió tomarse una gran jarra de cerveza y una olivas rellenas en la Plaza Real, sentado en una terraza a pleno sol primaveral.   

Y dicho y hecho,  tras varias semanas de instrucción, siguiendo las instrucciones del viejo,  logró que las pulgas volaran en formación de a dos, como aviones de combate situados justo encima de su dotación de artillería cucarachera. Al mando eligió a la más grande:  el teniente coronel Faustino el fino, y al resto les puso nombre. Era el Capitán general CASTO SENSE.  ¡El más grande¡.  

                 FIN

 

 


Comentarios

  1. Interesante y divertido relato!!

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  2. Gracias Anonimo ! Estoy preparando una continuacio que pronto
    Publicaré.

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